Viste cuando en la política te dicen una cosa pero los papeles, esos que no mienten, terminan contando otra historia completamente distinta. Bueno, algo de eso parece estar pasando con el gobierno de Alemania y su postura sobre la venta de armas a Israel. Resulta que después de llenarse la boca anunciando un freno a las exportaciones militares, ahora sale a la luz que por la puerta de atrás se acaba de autorizar un nuevo envío. No es una cifra que mueva el amperímetro si la comparamos con lo que venían despachando, casi dos millones y medio de euros, pero es un gesto que deja en evidencia una contradicción fulminante. Es como decir que te ponés a dieta mientras te comés un postre a escondidas. La jugada, que quedó expuesta gracias a la insistencia de un legislador de la oposición, siembra más dudas que certezas sobre la verdadera intención del Ejecutivo alemán en el complejo tablero de Medio Oriente.
Venta de armas a israel
Para el ciudadano de a pie, el que se levanta todos los días a laburar y ve cómo la guita no alcanza para llenar el changuito con lo básico como el pan, la leche o la yerba, estas idas y vueltas de la alta política suenan a otro idioma. Sin embargo, lo que se decide en esos despachos tiene consecuencias reales. Y en este caso, el ruido que hace la maquinaria de la diplomacia y los negocios militares es ensordecedor.
Un freno que no frena nada: la trastienda del anuncio
Para entender este embrollo, hay que rebobinar un poco el casete. Allá por el 8 de agosto, el gobierno alemán, con el canciller Olaf Scholz a la cabeza, golpeó la mesa y anunció una medida que sonó fuerte en toda Europa: se suspendían temporalmente las autorizaciones para exportar material bélico a Israel. La decisión, en su momento, fue presentada como una señal política contundente, un intento de tomar distancia y evitar que armamento alemán pudiera ser utilizado en la ofensiva sobre la Franja de Gaza. Durante cinco semanas, pareció que la cosa iba en serio. Hubo un silencio de radio absoluto, no se movió ni un tornillo, y desde algunos sectores del oficialismo se ufanaban de la coherencia y la responsabilidad de la medida.
Pero, como suele pasar, el diablo metió la cola. O, mejor dicho, la metió un diputado del partido La Izquierda, que con una simple pregunta parlamentaria destapó la olla. Forzado a responder, el Ministerio de Economía tuvo que blanquear que entre el 13 y el 22 de septiembre, cuando supuestamente regía la veda, se firmaron varias licencias de exportación por un total de 2,46 millones de euros. La pregunta que queda flotando en el aire es casi obvia: ¿qué clase de suspensión es esta? ¿Fue una pausa para tomar carrera o, más bien, una medida cosmética para la tribuna? Asimismo, la justificación oficial no hizo más que embarrar la cancha. Según el gobierno, lo que se aprobó no entra en la categoría de “armamento de guerra”, sino en la de “otros bienes militares”. Una definición tan amplia y vaga que es como un elástico, se puede estirar para cualquier lado.
El diablo está en los detalles: ¿qué son “otros bienes militares”?
Acá es donde hay que empezar a buscarle la quinta pata al gato, porque en esa letra chica se esconde la verdadera avivada. La categoría “otros bienes militares” es un cajón de sastre donde puede entrar casi cualquier cosa que no sea un tanque o un misil. El gobierno alemán, fiel a su estilo hermético en estos temas, no ha soltado prenda sobre la naturaleza exacta de estos bienes. ¿Estamos hablando de cascos y chalecos antibalas, que es material defensivo, o de componentes electrónicos para drones de vigilancia? ¿Son equipos de comunicación de última generación o software de ciberseguridad para espionaje? La diferencia, como se ve, no es un detalle menor, es abismal. Y la falta de transparencia es, como mínimo, preocupante.
Esta ambigüedad, por otro lado, le viene como anillo al dedo a los intereses políticos. Le permite al gobierno alemán mantener su discurso de “suspensión parcial” de cara a su electorado y a los socios internacionales más críticos, mientras que, por lo bajo, sigue cumpliendo con sus compromisos comerciales y estratégicos. Es un equilibrio delicado que se sostiene sobre la base de no dar demasiadas explicaciones. La oposición, como es su laburo, exige precisiones, pero las respuestas suelen ser igual de crípticas, amparándose en la confidencialidad y la seguridad nacional. En tanto, la venta de armas a Israel sigue siendo un tema que parte las aguas en la política alemana y europea, y este episodio no hace más que echarle nafta al fuego.
La película completa: los 250 palos verdes que ya se habían ido
Para poner estos casi 2,5 millones de euros en su justa dimensión, hay que mirar la película completa y no solo la foto del final. El dato que realmente descoloca es que entre el 1 de enero y el 8 de agosto de este año, justo antes del supuesto parate, el gobierno alemán ya había autorizado una masiva venta de armas a Israel por un valor que te deja sin aliento: 250 millones de euros. Sí, leíste bien. Doscientos cincuenta palos verdes. Al lado de esa montaña de guita, el nuevo permiso parece un vuelto, casi una propina que se le cayó del bolsillo.
Este número gigante es fundamental porque pone varias cosas sobre la mesa:
- El volumen del negocio: La relación comercial en materia de defensa entre Alemania e Israel no es una changa, es un vínculo estratégico que mueve una cantidad de dinero impresionante.
- El impacto real de la suspensión: Anunciar un freno a las exportaciones después de haber aprobado semejante volumen es como cerrar la canilla cuando la casa ya se inundó. El grueso del material, muy probablemente, ya había sido despachado o estaba en la línea de producción.
- La opacidad como norma: Al igual que con este último envío, los datos sobre esos 250 millones tampoco especifican con claridad qué tipo de mercancías se entregaron. La falta de transparencia no es un hecho aislado, parece ser la regla del juego.
En definitiva, este nuevo capítulo en la relación germano-israelí deja un sabor amargo y muchas más preguntas que respuestas. La decisión de aprobar una nueva venta de armas a Israel, por más chica que sea en comparación con el total, hace trizas la credibilidad de la suspensión anunciada con bombos y platillos en agosto. Todo indica que se trató más de un gesto simbólico, una jugada política para la galería, que de una decisión de fondo. Mientras tanto, el flujo de material militar, aunque ahora con otro rótulo y en menor cantidad, demuestra que en el complejo tablero de la geopolítica, una cosa es lo que los líderes dicen frente a las cámaras y otra muy distinta son los negocios que se cierran cuando se apagan los micrófonos.