Un cruce de alto voltaje: el sainete digital entre Trump y Medvedev por los submarinos que nadie ve

by 1 de octubre de 2025

En un mundo donde la diplomacia parece haberse mudado a las redes sociales, un nuevo capítulo de la tensa relación entre Occidente y Rusia se escribió con tuits de 280 caracteres y declaraciones picantes. El protagonista de esta historia no es un conflicto bélico directo, sino una guerra de palabras que involucra submarinos nucleares, esos gigantes de acero que navegan en silencio bajo las aguas del planeta y que, por su naturaleza, son casi imposibles de rastrear. De un lado del ring, el expresidente estadounidense Donald Trump, con su estilo directo y confrontativo. Del otro, Dimitri Medvedev, exmandatario ruso y actual mano derecha de Vladimir Putin en el Consejo de Seguridad, conocido por su retórica cada vez más afilada.

Submarinos nucleares

La cosa empezó a tomar color cuando Trump, en una de sus ya clásicas intervenciones, aseguró haber enviado “uno o dos” de estos submarinos a las costas rusas. Una afirmación que, de ser cierta, representaría una escalada de proporciones mayúsculas, un movimiento de piezas en el tablero global que pondría los pelos de punta a cualquiera. Sin embargo, la respuesta desde Moscú no se hizo esperar y llegó con una dosis de ironía y desdén. Medvedev, lejos de mostrarse alarmado, eligió el camino del sarcasmo para desestimar las palabras del magnate norteamericano.

Este ida y vuelta, que parece más un guion de una película de espías de bajo presupuesto que una comunicación entre potencias, deja más preguntas que respuestas y pone sobre la mesa una realidad incómoda: la banalización de una amenaza que podría borrar ciudades enteras del mapa. Mientras el común de los mortales se preocupa por si la yerba aumenta de nuevo o si alcanza la guita para pagar la luz, en las altas esferas se juega un partido peligroso con la seguridad mundial como pelota.

El origen del cruce: ¿boconeadas o estrategia?

Para entender este embrollo hay que rebobinar un poco el casete. Trump ya había deslizado en agosto la idea de mover dos submarinos nucleares a “regiones apropiadas” como respuesta a unas declaraciones previas de Medvedev sobre el riesgo de una guerra atómica. Lo que en su momento pareció una bravuconada más, volvió a tomar fuerza con sus nuevas afirmaciones, donde incluso tildó al político ruso de “estúpido”. La declaración de Trump no fue un simple comentario al pasar; fue una reafirmación de su postura de mano dura, un mensaje tanto para el Kremlin como para su propia base de votantes.

Por su parte, Medvedev recogió el guante y respondió a través de su cuenta en la red social X, en inglés, para que el mensaje llegara sin intermediarios. “Un nuevo episodio de la serie ‘Submarinos nucleares por publicaciones en X’”, arrancó. Y remató con una metáfora filosa: “Como señala el dicho, es difícil hallar a un gato negro en una habitación oscura, especialmente si no está ahí”. En criollo: nos estás vendiendo humo. Con esta jugada, el vice del Consejo de Seguridad ruso no solo negó la mayor, sino que intentó pintar a Trump como un personaje poco creíble, un líder que habla más de lo que hace.

El telón de fondo de todo este sainete es, por supuesto, la guerra en Ucrania. Cada declaración, cada tuit, es una ficha que se mueve en ese complejo tablero. Trump, con su promesa de terminar el conflicto “en 24 horas”, busca posicionarse como un negociador eficaz, aunque sus métodos sean poco ortodoxos. Medvedev, en tanto, cumple el rol del “policía malo” del Kremlin, lanzando advertencias y descalificaciones que quizás Putin, por su investidura, prefiere evitar. Es un juego de roles perfectamente calculado donde nada es casual.

La doctrina del silencio y el poder de lo invisible

Ahora, vamos a buscarle la quinta pata al gato. ¿Realmente mandó Trump esos submarinos? La respuesta, simple y llanamente, es que es imposible saberlo. Y esa es, precisamente, la clave de todo. La principal ventaja estratégica de un submarino de propulsión nuclear, especialmente los que portan misiles balísticos (conocidos como SSBN), es su capacidad para permanecer oculto durante meses en las profundidades del océano. Su ubicación es uno de los secretos mejor guardados de cualquier potencia militar. La política oficial del Pentágono es, desde siempre, “ni confirmar ni desmentir” la posición de sus activos nucleares.

Esta doctrina del silencio no es un capricho. Es la base de la disuasión nuclear. La idea es que un potencial enemigo nunca sepa con certeza desde dónde podría venir un ataque de represalia, garantizando así una “destrucción mutua asegurada”. Que un presidente, o expresidente, se ponga a ventilar la supuesta ubicación de estas naves es, como mínimo, una ruptura total de los protocolos. Esto nos lleva a dos posibles escenarios:

  • Escenario 1: Es un bluff. Trump está usando la idea de los submarinos nucleares como una herramienta de presión psicológica, una “boconeada” para mostrarse fuerte sin mover una sola pieza real. Sabe que es inverificable y se aprovecha de esa ambigüedad.
  • Escenario 2: Es verdad. Si realmente dio esa orden, estaría revelando información ultrasecreta y comprometiendo la efectividad de su propia arma disuasoria. Una jugada tan arriesgada que la mayoría de los analistas la consideran improbable.

En cualquiera de los dos casos, el resultado es el mismo: se introduce un nivel de incertidumbre y nerviosismo en un escenario ya de por sí volátil. Se erosiona la confianza y se normaliza un lenguaje que debería estar reservado para las peores crisis. Es como si dos vecinos se amenazaran a los gritos en el pasillo del edificio con prender fuego todo; aunque no lo hagan, el resto de los inquilinos no va a dormir tranquilo.

El peligro de jugar a la guerra en una pantalla

Más allá de quién tiene razón en este cruce tuitero, lo que realmente preocupa es la degradación del debate sobre la seguridad global. Las amenazas nucleares, que durante la Guerra Fría eran un tema tabú manejado con extrema cautela a través de canales diplomáticos secretos, hoy se ventilan con la misma liviandad con la que se comparte un meme. Este fenómeno tiene consecuencias concretas.

Por un lado, desensibiliza a la opinión pública. A fuerza de escuchar hablar de “guerra nuclear” y “submarinos atómicos” en redes sociales, la gente empieza a percibirlo como algo lejano, casi ficticio, perdiendo la noción del horror que implicaría. Por otro lado, aumenta el riesgo de un error de cálculo. ¿Qué pasaría si un día una de estas bravuconadas es malinterpretada por la otra parte? ¿Qué sucedería si un general en Moscú o en Washington toma una declaración de Twitter como una amenaza real e inminente y activa un protocolo de respuesta?

En definitiva, este cruce entre Trump y Medvedev es mucho más que una anécdota de color. Es un síntoma de tiempos extraños, donde la frontera entre la política-espectáculo y las decisiones que afectan la vida de millones de personas es cada vez más difusa. Mientras ellos miden sus egos en una plataforma digital, el reloj del apocalipsis, ese simbólico marcador del riesgo de una catástrofe global, sigue avanzando en silencio. Y a diferencia de los submarinos de Trump, ese sí que es real y está a la vista de todos.

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