Las protestas en Italia por la situación en la Franja de Gaza no son una juntada más de fin de semana; estamos hablando de una movida que se desparramó por cien ciudades, desde el taco hasta la punta de la bota. El pasado 30 de septiembre de 2025, miles de personas dejaron lo que estaban haciendo, el laburo, las changas o los mandados, para copar las plazas con una consigna que retumba fuerte: solidaridad con el pueblo palestino. En Roma, el epicentro del temblor, hasta montaron un campamento permanente que funciona como el cerebro de toda la operación a nivel nacional.
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Es una postal que no se ve todos los días. Gente de a pie, estudiantes, activistas de toda la vida y familias enteras se mezclan en un reclamo que parece transversal. Pero la pregunta del millón, la que siempre queda picando, es si este barullo va a moverle un pelo a los que toman las decisiones en los palacios de Roma y Bruselas. Porque una cosa es la calle, con su calor y su bronca, y otra muy distinta son los pasillos fríos del poder, donde las urgencias de la gente suelen licuarse en burocracia y cálculos geopolíticos. Por ahora, la presión está instalada, y la mecha sigue encendida.
¿Un grito que atraviesa toda la bota?
Lo que más llama la atención de estas protestas en Italia es que no se quedaron encerradas en la capital. La mancha de aceite se extendió por todo el mapa: Milán, Turín, Nápoles, Palermo… cien localidades, cien plazas convertidas en aguantaderos de la solidaridad. No es una movida organizada con chequera gorda desde un despacho; tiene ese gustito a cosa genuina, a gente que se autoconvoca porque siente que la indiferencia ya no es una opción. En varias de estas ciudades, la cosa va más allá de una simple marcha. Se armaron «guarniciones permanentes», o para que nos entendamos, acampes. La idea es clara: no es solo hacer ruido un día y volver a casa para mirar el partido. Es quedarse, bancar los trapos, asegurarse de que el tema no desaparezca de la agenda al día siguiente, cuando la yerba mate, el pan o la leche vuelvan a ser la principal preocupación.
En estos campamentos improvisados se debate, se informa y se intenta tejer redes. Se ven banderas palestinas, pancartas hechas a mano y se organizan charlas para que el que pasa por ahí entienda un poco más de qué va la cosa, más allá de los titulares de los diarios. Esta diversidad de actores, desde ONGs con más estructura hasta grupos de pibes de la facultad, le da una fuerza particular al movimiento. Sin embargo, ahí también está el desafío: mantener unida a gente tan distinta bajo un mismo paraguas de reclamos. ¿Están todos en la misma sintonía o es un grito desesperado con muchos dialectos? El tiempo dirá si esta heterogeneidad es una fortaleza o una debilidad a largo plazo.
Roma, el corazón de la pulseada y la mira en el mar
Si bien las protestas en Italia son federales, Roma juega en otra liga. El campamento montado en una de sus plazas más icónicas no es solo un símbolo, es el centro neurálgico que coordina la batuta a nivel nacional. Y desde ahí se cocinan dos jugadas clave que tienen a todo el mundo en vilo. La primera es la convocatoria a una manifestación nacional masiva para el próximo 4 de octubre. La expectativa es que lleguen bondis y trenes de todo el país para armar un quilombo de aquellos y exigirle al gobierno italiano y a una Unión Europea, que seamos sinceros, suele ser bastante tibia con estos temas, que se pongan las pilas.
Pero la segunda jugada es la que pone la piel de gallina. Los organizadores en Roma están en alerta máxima por la «Flotilla de la Libertad». Acá la cosa se pone más densa. Se trata de una iniciativa internacional con barcos que llevan ayuda humanitaria y que intentan, a lo guapo, romper el bloqueo marítimo sobre Gaza. Los activistas en tierra ya avisaron que si a esos barcos les pasa algo, si los atacan o los frenan, la respuesta en las calles va a ser inmediata y contundente. Saben que la cosa se puede poner fulera en cualquier momento. Históricamente, estas misiones no son un paseo por el Mediterráneo; suelen terminar con interceptaciones y momentos de alta tensión, por lo que el apoyo desde afuera es fundamental para presionar y, quizás, evitar una tragedia.
El elefante en la habitación: ¿por qué se pudrió todo?
Para entender por qué miles de tanos salieron a la calle, hay que rebobinar el casete y mirar lo que pasa en Gaza. No es un capricho. La Franja es, según informes de organismos internacionales que no se pueden ignorar, un territorio sometido a un bloqueo por tierra, mar y aire desde hace años. Esto, en criollo, significa que más de dos millones de personas viven en una especie de corralito a cielo abierto, con restricciones brutales para moverse, para comerciar, para acceder a lo más básico.
La gente en las protestas en Italia intenta poner sobre la mesa las consecuencias de ese ahogo: un desempleo que vuela por las nubes, un sistema de salud que funciona a voluntad, y un acceso al agua potable y a la electricidad que es una lotería diaria. La gente sobrevive con lo puesto, haciendo malabares para conseguir un plato de comida decente. El pliego de reclamos de los manifestantes es claro, casi de manual, pero no por eso menos urgente:
- Que se levante de una vez por todas el bloqueo sobre la Franja de Gaza.
- Que se respete el derecho de paso de las misiones de ayuda humanitaria como la Flotilla.
- Que Italia y la Unión Europea dejen de hacerse los distraídos y se metan a mediar en serio para proteger a la población civil.
- Que el mundo se entere de las condiciones en las que viven los palestinos en Gaza, sin filtros ni edulcorantes.
En definitiva, esta oleada de movilizaciones que sacude a Italia es un intento desesperado y organizado de la sociedad civil para patear el tablero. Cien plazas llenas son una foto potente, sin duda. Pero las fotos, con el tiempo, se ponen amarillas. Habrá que ver si este grito colectivo se convierte en acciones políticas concretas o si, como tantas otras veces, el ruido de la rosca política termina tapando la voz de la calle.