El Pentágono acaba de soltar una de esas noticias con olor a fin de ciclo: la presencia militar en Irak, que lleva más de veinte años marcando el compás de la vida en el país mesopotámico, empieza a hacer las valijas. Según el comunicado oficial, limpito y empaquetado para la foto, la decisión responde al “éxito conjunto” en la pulseada contra el Estado Islámico. Un relato que habla de una transición hacia una “alianza de seguridad duradera”, que en los papeles suena a que va a fortalecer la economía iraquí y su rol en la región. Una maravilla, casi un cuento para gurises.
presencia militar en irak
Sin embargo, cuando uno se corre un poco del libreto y empieza a atar cabos, la historia se pone bastante más turbia. La retirada, vendida como un logro, llega después de años de una presión que se volvió insostenible para las tropas estadounidenses, convertidas en el blanco favorito de milicias locales, muchas de ellas con un padrinazgo más que evidente de Irán. Entonces, la pregunta que queda picando en el aire es inevitable: ¿se van porque ganaron o porque quedarse se había vuelto un laburo demasiado caro, peligroso y sin un horizonte claro?
El discurso oficial y la realidad a los cohetazos
Por un lado, la versión oficial insiste en que la reducción de tropas “refleja nuestro éxito” y busca abrir una nueva etapa de cooperación. Se habla de una coordinación milimétrica con el gobierno de Bagdad para que la transición sea “responsable” y ordenada. Todo muy diplomático, muy prolijo. Pero, por otro lado, este anuncio no salió de un repollo. Hace ya un año que Washington y Bagdad habían puesto sobre la mesa un cronograma para bajarle la persiana a la misión de la coalición internacional, con septiembre de 2025 como fecha límite en el horizonte. De hecho, un asesor ministerial iraquí, Husein Alawi, ya había tirado la posta hace poco: la maniobra se completaría mucho antes, quizás el mes que viene. Esto sugiere que la movida tiene más de agenda pactada bajo presión que de una decisión espontánea por una victoria aplastante.
La verdad es que la presencia militar en Irak se había vuelto un clavo ardiente. Desde el asesinato del general iraní Qasem Soleimani en un bombardeo yanqui en el aeropuerto de Bagdad en 2020, la situación para sus tropas se transformó en un infierno. El parlamento iraquí llegó a votar una resolución exigiendo su expulsión, y las bases de la coalición han sido un pim-pam-pum de cohetes y drones lanzados por milicias chiitas que responden directamente a Teherán. En ese contexto, la retirada se parece más a una jugada para descomprimir y evitar un bolonqui mayor que a una medalla por el deber cumplido. En criollo: es sacarse un problema de encima.
Buscándole la quinta pata al gato: ¿Un éxito real o una verdad a medias?
Vender la retirada como un triunfo por haber desmantelado al Estado Islámico es, siendo generosos, una verdad a medias. Si bien es cierto que el “califato” que sembró el terror entre 2014 y 2017 ya no existe como una entidad territorial, la organización yihadista está lejos de haber sido borrada del mapa. Mutó, se adaptó. Hoy funciona como una insurgencia descentralizada, con células durmientes que siguen haciendo de las suyas, perpetrando ataques y manteniendo en jaque a las fuerzas de seguridad iraquíes. Decir que la guerra se ganó es ignorar que el enemigo simplemente cambió de táctica, como ha hecho siempre.
Asimismo, el factor que el comunicado oficial apenas menciona de costado, pero que es el verdadero elefante en la habitación, es el desgaste de más de 20 años de ocupación. La invasión de 2003, justificada con la excusa de unas armas de destrucción masiva que jamás aparecieron, dejó un país hecho pedazos, con instituciones endebles y una desconfianza crónica hacia cualquier bota extranjera. La promesa de llevar la democracia y la estabilidad se desvaneció hace rato, dejando un tendal de violencia sectaria, corrupción y un agujero negro de guita que marea. Toda esa plata, ¿cuántos problemas podría haber solucionado en casa? ¿Cuántos platos de comida, cuánta yerba, pan y leche para la gente que no llega a fin de mes? Mantener una fuerza de ocupación en ese escenario es un barril sin fondo, tanto en recursos como en vidas humanas. [INTERNAL_LINK]
El futuro de Irak: ¿Un socio o un tablero con nuevas reglas?
La gran incógnita ahora es qué corno significa en la práctica esa “alianza de seguridad duradera”. Los papeles aguantan cualquier cosa, pero la realidad en el terreno suele ser mucho más áspera. A menudo, una retirada de “tropas de combate” se traduce en un reemplazo por “asesores” militares, contratistas privados haciendo changas de seguridad y un aumento de las operaciones con drones. Es decir, una presencia militar en Irak más discreta, casi invisible, pero no por eso menos influyente. La guerra cambia de cara, pero no siempre se termina.
El principal riesgo, que todos los analistas señalan con el dedo, es el vacío de poder. La pregunta del millón es: ¿están las fuerzas armadas iraquíes, entrenadas durante años por la coalición, realmente listas para tomar el control total del bondi? La historia reciente muestra que su capacidad es, en el mejor de los casos, irregular. Este vacío podría ser aprovechado por dos actores:
- Los restos del Estado Islámico, que podrían ver la oportunidad para reagruparse y volver a la carga.
- Las milicias pro-iraníes, que es la opción más probable, para consolidar su poder e influencia dentro del propio aparato estatal iraquí.
En este último escenario, Irak pasaría de ser un tablero de ajedrez con varios jugadores a uno dominado casi por completo por los intereses de Teherán. Un dato que no es menor es que, mientras se reduce la presencia militar en Irak, las operaciones en la vecina Siria continuarán hasta septiembre de 2026. Esta diferencia de estrategia deja en evidencia que la decisión sobre Irak responde a dinámicas políticas y presiones locales específicas, y no a una supuesta victoria regional contra el terrorismo. En Siria, donde el gobierno de Bashar al-Ásad es socio de Irán y Rusia, Estados Unidos mantiene sus fichas. En Irak, donde el equilibrio es más frágil y la presión anti-estadounidense es mucho mayor, parece que han decidido que ya es hora de levantar las carpas. [INTERNAL_LINK]
En definitiva, el anuncio del retiro estadounidense cierra un capítulo largo, sangriento y carísimo. Para Washington, es una forma de dar vuelta la página de una de sus guerras más polémicas y frustrantes. Para los iraquíes de a pie, sin embargo, el futuro sigue siendo una nebulosa. Después de décadas de invasiones, ocupaciones y guerras civiles, la gente común y corriente solo espera un poco de paz, la posibilidad de tener un laburo digno y una vida normal. Si esta retirada les traerá ese anhelado respiro o simplemente abrirá la puerta a un nuevo tipo de conflicto, es algo que solo el tiempo dirá.