La flotilla se acerca a 90 millas de Gaza y supera el umbral en el que Israel bloqueó en junio el ‘Madleen’

by 1 de octubre de 2025
Photo by Eleazar Glez

A menos de noventa millas náuticas de la costa de Gaza, lo que vienen a ser unos ciento sesenta kilómetros, la tensión se puede cortar con un cuchillo. La Flotilla Global Sumud, un rejuntado de más de cuarenta barcos cargados hasta las mamporras con ayuda humanitaria, navega con la proa fija en el enclave palestino. La distancia no es un dato menor, para nada. Es un mojón simbólico y práctico, porque ya superaron la marca que alcanzó en junio el buque ‘Madleen’ antes de que las Fuerzas de Defensa de Israel le pararan el carro. Aquella vez se quedaron con las ganas, pero esta vez la determinación parece otra. Es una pulseada en cámara lenta, con el mundo entero de espectador, esperando a ver quién pestañea primero en estas aguas tan cargadas de historia y conflicto.

Desde la organización de la flotilla, el mensaje es claro y firme, a pesar de lo que describen como una noche bastante movida. A través de las redes sociales, que hoy por hoy son el parlante de estas causas, contaron que pasaron la noche aguantando lo que llamaron «tácticas de intimidación» por parte del ejército israelí. No dieron muchos detalles, pero uno se puede imaginar el panorama: radios que echan chispas con advertencias en tono severo, quizás algún sobrevuelo a baja altura para marcar la cancha, o la aparición de siluetas grises de naves militares en el horizonte. Sin embargo, aseguran que la tripulación y los activistas a bordo mantienen la calma. «Lejos de achicarnos, las amenazas solo han reforzado nuestra determinación para seguir adelante», se lee en su comunicado. La meta no cambió ni un milímetro: romper el asedio que Israel mantiene sobre la Franja y cumplir con lo que ellos llaman una «misión de solidaridad no violenta».

Aunque por ahora el parte oficial es que «todos están a salvo», nadie se relaja. El estado de alerta es permanente. Saben que cada milla que avanzan es una milla más cerca del punto de quiebre. En la cubierta de los barcos se mezclan veteranos de mil batallas de activismo con gurises jóvenes llenos de idealismo, todos unidos por la misma causa. La procesión va por dentro; el miedo es una corriente subterránea que todos sienten pero que nadie deja salir a la superficie. Lo que prima es el compañerismo, el mate que va de mano en mano y las miradas que se cruzan diciendo «estamos juntos en esto». Saben que no llevan armas, que su única fuerza es la carga que transportan en las bodegas: medicamentos, alimentos, material escolar, y sobre todo, un mensaje de que no están solos.

Del otro lado del mostrador, la visión es radicalmente opuesta. El gobierno israelí no ve una misión humanitaria, sino una provocación y una potencial amenaza a su seguridad. Este mismo miércoles, las autoridades de Israel volvieron a insistir, por todos los medios posibles, para que los barcos den media vuelta y se olviden del asunto. No es una postura nueva, sino la reafirmación de una política de Estado. Argumentan que tienen todo el derecho del mundo a interceptar cualquier embarcación que intente violar la zona de exclusión marítima impuesta frente a Gaza. Para ellos, el bloqueo no es un capricho, sino una necesidad para impedir el contrabando de armas y materiales que puedan ser utilizados con fines hostiles. La desconfianza es total y no están dispuestos a correr ningún riesgo.

Y para complicar más el tablero, la presión no llega solo desde Israel. La diplomacia europea también juega su partido. Los gobiernos de España, Italia y Grecia, países con lazos directos con la flotilla por el origen de los barcos o los activistas, han estado enviando mensajes desde el martes, pidiendo prudencia y que se evite la confrontación. Es el clásico equilibrio del alambre: por un lado, la presión de sus propias opiniones públicas, a menudo solidarias con la causa palestina; por otro, la necesidad de mantener relaciones estables con Israel y evitar un incidente internacional que los salpique a todos. Nadie quiere otra foto como las de flotillas anteriores, con abordajes y líos diplomáticos que duran meses.

Mientras tanto, los activistas se aferran a su interpretación del derecho internacional. Insisten en que, mientras naveguen por aguas internacionales, nadie tiene derecho a detenerlos. Y sostienen que, una vez que se acerquen a la costa, estarán en aguas que deberían estar bajo jurisdicción palestina, no israelí. Es una batalla legal que se libra en paralelo a la naval, un choque de soberanías y legitimidades en un pedazo de mar no más grande que la distancia entre Montevideo y Durazno. Cada bando tiene sus argumentos y sus razones, y ninguno parece dispuesto a ceder un centímetro. Las próximas horas serán cruciales. El desenlace de esta historia se está escribiendo ahora mismo, con el ruido de los motores de fondo y el olor a salitre y a pólvora en el aire.

Don't Miss