Un nuevo ataque hutí sacudió las aguas del Golfo de Adén este lunes, y la noticia, que parece lejana, tiene más que ver con tu día a día de lo que te imaginás. Los rebeldes yemeníes, respaldados por Irán, se adjudicaron el martes la autoría del misilazo contra el buque ‘MV Minervagracht’, una embarcación con bandera de Países Bajos. Mientras el barco queda a la deriva, con riesgo de hundirse, y sus 19 tripulantes son evacuados de apuro, la onda expansiva de este quilombo amenaza con golpear la economía global y, de rebote, el supermercado de tu barrio.
La versión oficial, lanzada por el portavoz militar del grupo, Yahya Sari, a través de Telegram, es que se trata de una represalia. Según él, la empresa dueña del buque, Spliethoff, habría violado una supuesta «prohibición de entrada a los puertos de la Palestina ocupada». Este es el argumento que vienen usando para justificar una serie de ataques en una de las rutas marítimas más importantes del planeta, todo en señal de protesta por la ofensiva de Israel en la Franja de Gaza, un conflicto que ya se ha cobrado la vida de decenas de miles de palestinos.
Sin embargo, al rascar un poco la superficie, la cosa se pone más compleja. ¿Es solo una cuestión de solidaridad o hay una jugada geopolítica de fondo para demostrar poder en una zona estratégica? Lo cierto es que, más allá de los comunicados, cada misil que se lanza allí genera un tembladeral en las navieras y las aseguradoras de todo el mundo. La posta es que este bardo va mucho más allá de un solo barco o un solo conflicto.
¿Quiénes son estos tipos y qué buscan?
Para entender el presente, hay que rebobinar el casete. Los hutíes, o el movimiento Ansarolá como se autodenominan, no son ningunos improvisados. Son un grupo político y armado de la minoría chiita zaidí de Yemen, que viene peleando desde hace décadas contra el gobierno central. En 2014, en medio de un caos de novela, tomaron la capital, Saná, y desataron una guerra civil feroz que convirtió al país en una de las peores crisis humanitarias del planeta. Durante años se enfrentaron a una coalición liderada por Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, que intentó, sin mucho éxito, restaurar al gobierno que ellos habían echado.
En ese contexto, Irán, el gran rival de los sauditas en la región, vio la oportunidad y empezó a bancarlos con guita, entrenamiento y, lo más importante, armamento. Misiles balísticos, drones de largo alcance… tecnología que les permite hoy hacer este despiole en el Mar Rojo. Así que, cuando dicen que actúan por solidaridad con Palestina, es una verdad a medias. También están devolviendo favores, marcando la cancha y diciéndole al mundo, en especial a Estados Unidos e Israel, que son un actor con el que hay que negociar. Cada ataque hutí es un mensaje en una botella, pero en vez de un papelito, lleva una carga explosiva.
Un barco en llamas y la letra chica de la «guerra» naval
El comunicado de Sari no se anduvo con chiquitas. Celebró que «la operación resultó en un impacto directo sobre el buque, que se incendió y ahora corre el riesgo de hundirse». La misión naval de la Unión Europea en la zona, bautizada ‘Aspides’, confirmó parte de la historia: el buque está efectivamente «a la deriva» y toda la tripulación, 19 laburantes que quedaron en medio del fuego cruzado, fue llevada sana y salva a Yibuti. Por su parte, la empresa neerlandesa admitió «daños considerables» tras el incendio.
Acá es donde salta la primera pregunta incómoda. A pesar de la presencia de patrullas navales internacionales como ‘Aspides’ o la operación ‘Prosperity Guardian’ liderada por Estados Unidos, un nuevo ataque hutí logra su objetivo. ¿Son estas misiones un escudo realmente efectivo o apenas un parche para contener una hemorragia que no para? Mientras los diplomáticos debaten y Washington y Londres lanzan bombardeos de represalia sobre Yemen, los hutíes redoblan la apuesta y avisan que sus operaciones «no cesarán hasta que se detenga la agresión y se levante el bloqueo de la Franja de Gaza». La advertencia se extiende a todas las compañías navieras, un mensaje que pone los pelos de punta a cualquier gerente de logística.
Por otro lado, queda flotando el fantasma del desastre ecológico. Un buque de carga de ese tamaño, incendiado y a la deriva, es una bomba de tiempo ambiental. No es una exageración. Recordemos el caso del ‘Rubymar’, otro carguero que, tras un ataque hutí hace unos meses, terminó hundiéndose y dejando una mancha de petróleo de kilómetros y filtrando al mar miles de toneladas de fertilizantes. Las consecuencias de un desastre así son devastadoras para los ecosistemas marinos y las comunidades costeras que viven de la pesca.
Del Mar Rojo a la góndola: ¿cómo te pega este bardo?
Quizás te preguntes qué tiene que ver un barco holandés atacado en Yemen con el precio del pan o la leche. La respuesta es simple: todo. El Mar Rojo y el Canal de Suez son como la General Paz del comercio mundial. Por ahí pasa un porcentaje altísimo de los contenedores que mueven mercadería entre Asia y Europa. Cada ataque hutí obliga a las navieras a tomar una decisión costosísima: o se arriesgan a pasar por una zona caliente, pagando seguros contra riesgo de guerra que están por las nubes, o pegan toda la vuelta por el sur de África, por el Cabo de Buena Esperanza.
Ese desvío no es una changa. Implica sumar entre diez y veinte días de viaje y quemar un fangote de combustible extra. Y esa guita, ¿quién la paga? Exacto. El costo del flete se dispara y ese aumento se traslada en cadena hasta el precio final que ves en la etiqueta. Es el famoso «efecto mariposa»: un misil en Yemen hace que la PlayStation que querés para Navidad tarde más en llegar y sea más cara. Afecta a los electrónicos que vienen de China, a los repuestos para el auto que se fabrican en Europa y hasta a los insumos que necesita la industria local para producir. En tanto, la yerba, que si bien viene de la región, puede ver afectado el costo de sus fertilizantes o la maquinaria importada para su procesamiento. Es un efecto dominó que le mete más presión a un bolsillo que ya no da para más.
En definitiva, lo que empezó como un conflicto regional con un comunicado de presunta solidaridad, termina siendo un factor más que explica por qué cuesta tanto llegar a fin de mes. Un ataque hutí como el que sufrió el ‘Minervagracht’ es mucho más que una noticia de internacional. Es una pieza en un rompecabezas global donde la geopolítica, la guerra y la economía se mezclan de una forma peligrosa. Mientras los grandes jugadores mueven sus fichas en el tablero, el costo real de este descalabro lo pagan los ciudadanos de a pie, a miles de kilómetros de distancia, cuando ven que el sueldo rinde cada vez menos. Un recordatorio de que, en este mundo globalizado, ningún bondi nos deja del todo lejos.