Cuando parecía que el tablero internacional ya estaba bastante revuelto, Donald Trump, el expresidente de Estados Unidos, decidió patear el hormiguero. Este 30 de septiembre de 2025, desde su equipo largaron la noticia: hay un nuevo plan de paz de Trump en Gaza. Un documento de 20 puntos que, según dicen, busca ponerle un punto final a uno de los conflictos más largos y dolorosos del mundo. La movida, como todo lo que rodea al magnate, genera más preguntas que certezas y obliga a mirar con lupa la letra chica.
plan de paz de trump en gaza
El anuncio no fue con bombos y platillos en una conferencia de prensa, sino a través de un comunicado bastante medido. No soltaron el documento entero, lo que ya de por sí levanta alguna que otra ceja. En su lugar, filtraron las dos condiciones que consideran innegociables, la base sobre la que se construiría todo lo demás. Una especie de “esto es lo que hay, tómenlo o déjenlo” que marca el estilo de la casa. Mientras tanto, en las calles de Gaza, la gente sigue haciendo malabares para conseguir un pedazo de pan o un poco de leche, lejos de los escritorios donde se define su futuro.
¿Qué hay sobre la mesa? Los puntos que sí se conocen
El famoso plan de paz de Trump en Gaza se sostiene, por ahora, en dos pilares que suenan tan lógicos como difíciles de concretar. El primero es la carta humanitaria, esa que es casi imposible de rechazar en público: la liberación inmediata y sin condiciones de todos los rehenes. Es el anzuelo, el gesto que busca el aplauso fácil y que pone la presión del lado de Hamás. Nadie en su sano juicio podría oponerse a que gente secuestrada vuelva a su casa, pero en el ajedrez de Medio Oriente, hasta la jugada más obvia tiene un doble fondo.
El segundo punto es donde la cosa se pone realmente peliaguda. Se exige el desarme total y absoluto de Hamás y de cualquier otro grupo armado en la Franja. Esto no es solo entregar los fusiles; implica desmantelar toda su infraestructura militar, desde las fábricas de cohetes hasta la compleja red de túneles que se extiende por debajo de la ciudad como si fueran las venas del conflicto. Este es un reclamo histórico de Israel y, seamos sinceros, el principal motivo por el que todos los intentos de paz anteriores terminaron en la nada. Pedirle a Hamás que se desarme es, en la práctica, pedirle que deje de existir como fuerza política y militar. Un nudo gordiano que nadie ha sabido cómo desatar.
Del resto, los otros 18 puntos, ni noticias. Son un misterio que alimenta todo tipo de especulaciones. Los analistas de café y los diplomáticos de carrera se rompen la cabeza tratando de adivinar qué más podría incluir el paquete. ¿Hablará de una administración temporal para Gaza? ¿De un plan Marshall para la reconstrucción con guita de la comunidad internacional? ¿O de garantías de seguridad que dejen a todos contentos? Por ahora, es puro chusmerío de pasillo.
Europa da el visto bueno, pero con la letra chica
Lo que sí sorprendió a más de uno fue la reacción de la Unión Europea. Desde Bruselas, donde no son ningunos giles y miden cada palabra, le dieron un guiño a la propuesta. El Alto Representante para Asuntos Exteriores, en un lenguaje diplomático que hay que traducir, dijo que el plan “incluye elementos constructivos que deben explorarse”. Es un cambio de libreto notable. Históricamente, Europa siempre se plantó con la solución de los dos Estados y miró con desconfianza las jugadas de Trump en la región.
Sin embargo, parece que la urgencia de la crisis humanitaria y el cansancio de una violencia que no para los empujó a ser más pragmáticos. Es como si dijeran: “Bueno, vamos a escuchar, total, peor de lo que estamos no podemos estar”. Pero ojo, que el apoyo no es un cheque en blanco. La UE dejó bien claro que cualquier acuerdo tiene que respetar el derecho internacional y, fundamentalmente, garantizar una salida política digna para el pueblo palestino. Es la letra chica del contrato, la cláusula que puede hacer saltar todo por los aires si no se cumple.
Este respaldo europeo, aunque condicionado, le da un poco más de peso a la iniciativa de Trump. Podría facilitar que Estados Unidos y Europa tiren para el mismo lado, al menos al principio. Además, posiciona a la UE como un jugador clave si, en una de esas, el plan avanza y llega la hora de poner la guita para reconstruir todo lo que se rompió.
En la región, cada uno atiende su juego
Mientras en Occidente hacen cálculos, en Medio Oriente la cosa se vive de otra manera. Cada actor tiene sus propios intereses y la desconfianza es el pan de cada día.
- Israel: Para el gobierno israelí, escuchar “desarme de Hamás” es música para sus oídos. Es lo que vienen pidiendo a los gritos desde hace años. Sin embargo, seguro que están esperando ver cuáles son los otros 18 puntos. ¿Qué concesiones tendrían que hacer ellos? La historia demuestra que no son de regalar nada, y cualquier punto que implique ceder territorio o control será mirado con cuatro ojos.
- Autoridad Nacional Palestina: Los muchachos de la ANP, en Cisjordania, caminan sobre cáscaras de huevo. Están entre la espada y la pared. No pueden rechazar de plano una iniciativa de paz, pero tampoco pueden firmar cualquier cosa. Su principal reclamo, el que repiten como un mantra, es el reconocimiento de un Estado palestino con capital en Jerusalén Este. Y de eso, en lo poco que se conoce del plan, no se dice ni una palabra. Su silencio inicial es, en realidad, un grito de cautela.
- Hamás: Para ellos, la propuesta es casi un chiste de mal gusto. El desarme total equivale a una rendición incondicional, a entregar las llaves y desaparecer del mapa. Es como pedirle a un cuadro de fútbol que juegue sin pelota y sin arcos. Su rechazo es cantado y convierte al segundo pilar del plan en una pared casi imposible de escalar.
Buscándole la quinta pata al gato: ¿qué busca Trump con todo esto?
Más allá de los detalles, la pregunta del millón es qué hay detrás de esta jugada. ¿Es un intento genuino por traer paz a una región que no la conoce hace décadas o es una movida de campaña para volver a posicionarse en el centro de la escena mundial? La experiencia previa, con los Acuerdos de Abraham, dejó un sabor agridulce: muchos lo vieron como un logro histórico, mientras que otros lo criticaron por ser un acuerdo entre élites que ignoraba por completo la cuestión palestina.
Este plan parece seguir una lógica similar. Pone sobre la mesa una condición máxima (el desarme) que sabe que una de las partes no puede aceptar, lo que podría ser una estrategia para dejar a Hamás como el único culpable del fracaso de las negociaciones. En tanto, la vida de la gente común y corriente sigue su curso, marcada por la escasez, la falta de laburo y el miedo constante. Mientras los líderes discuten puntos y comas en documentos redactados a miles de kilómetros, un pibe en Gaza solo quiere saber si mañana va a poder ir a la escuela o si va a tener agua potable.
El tiempo dirá si esta propuesta es un jaque mate diplomático o simplemente otra ficha que se mueve en un tablero demasiado complicado, donde los que siempre pierden son los de a pie. Por ahora, es un capítulo más en una historia que parece no tener fin.