La era de la ignorancia valiente: el vicio de opinar sin leer en redes
Estamos viviendo en la era de la «infoxicación», pero paradójicamente, nunca estuvimos tan mal informados. Entrás a Facebook o a X (antes Twitter) y te encontrás con un campo de batalla dialéctico donde el primer deporte nacional parece ser opinar sin leer. Es una escena que se repite en cada portal de noticias uruguayo: una nota con un título mínimamente provocativo y, abajo, una catarata de comentarios cargados de odio, defensa de lo indefendible o críticas feroces. Lo triste es que, si te fijás en las métricas, el 70% de esa gente ni siquiera hizo clic en el enlace.
Esta mala costumbre de opinar sin leer ha generado una legión de «opinólogos de titular». Son personas que se sienten con el derecho —y la obligación moral— de sentar cátedra sobre economía, salud o política internacional basándose en apenas diez palabras. No importa si el cuerpo de la noticia aclara el punto, si aporta datos que desmienten la primera impresión o si el contexto cambia totalmente el sentido de la frase. El lector perezoso ya tiene su veredicto listo y sale a la cancha a escupir su verdad, convirtiendo el muro de comentarios en un manicomio digital.
El peligro de defender lo indefendible por no entrar al link
El problema de fondo con esta tendencia a opinar sin leer es que alimenta el fanatismo ciego. Cuando alguien comenta solo por el titular, lo hace desde sus prejuicios. Si el título roza un tema que le genera rechazo o simpatía, esa persona ya sabe qué decir sin necesidad de que la realidad le arruine su teoría. Es así como terminan defendiendo lo indefendible, simplemente porque no se dignaron a leer los argumentos o las pruebas que el periodista se tomó el trabajo de investigar.
Esta soberbia intelectual de opinar sin leer es el caldo de cultivo ideal para las noticias falsas. Los algoritmos detectan el «engagement» (comentarios, compartidos) y premian la polémica, sin importar si lo que se discute es real o es un invento absoluto. Al no entrar a la nota, el usuario no chequea la fuente, no mira la fecha y no analiza la veracidad. Se queda con la cáscara, se indigna y reparte esa indignación como si fuera información sagrada, desmereciendo a quienes sí se tomaron el tiempo de estudiar el tema a fondo.
El desprecio hacia el conocimiento en el ecosistema digital
Es moneda corriente ver cómo se desmerece al que sabe. En este ecosistema de opinar sin leer, la opinión de un tipo que está comentando desde el ómnibus sin haber abierto la nota vale lo mismo —o más, por el ruido que hace— que la de un experto en la materia. Si alguien intenta corregir con datos, la respuesta suele ser el ataque personal o el ninguneo. El «ya sé de qué viene la mano» es la frase de cabecera de quien elige la ignorancia voluntaria por sobre el esfuerzo cognitivo de la lectura.
Este fenómeno de opinar sin leer no es solo un problema de pereza; es un problema de salud democrática. Cuando dejamos de discutir sobre hechos y pasamos a discutir sobre nuestras interpretaciones de un título, el diálogo muere. El desprecio por la profundidad y el culto a la inmediatez nos están volviendo más tontos y mucho más agresivos. Defendemos banderas que ni siquiera sabemos qué representan en ese contexto específico, todo por no dedicarle tres minutos a una lectura comprensiva.
Hacia una higiene mental: menos ruido y más clics
¿Cómo salimos de este pozo de opinar sin leer? El primer paso es la autocrítica. Antes de teclear esa respuesta cargada de veneno, preguntate: ¿Leí la nota entera? ¿Entendí quién lo dice y por qué? Si la respuesta es no, lo mejor es el silencio. No tenemos la obligación de tener una opinión sobre cada cosa que flota en internet. Desmerecer el trabajo periodístico y la inteligencia ajena por una interpretación superficial es, lisa y llanamente, una falta de respeto hacia nosotros mismos como ciudadanos informados.
La próxima vez que veas un titular que te haga saltar la térmica, hacete un favor: hacé clic. Rompé la burbuja de la comodidad y enfrentate al texto completo. Quizás descubras que la realidad es más gris de lo que pensabas, o que estabas a punto de defender una burrada por pura inercia. Abandonar la práctica de opinar sin leer es un acto de rebeldía en un mundo que nos quiere impulsivos, ignorantes y fáciles de manipular por un algoritmo que solo busca nuestro tiempo, no nuestra lucidez.
¿Estamos condenados a ser una sociedad de analfabetos funcionales que solo se alimentan de titulares, o todavía queda espacio para el pensamiento crítico y la lectura pausada?
