Entre el decreto y el asedio: la paradójica Navidad en Venezuela de 2025
En Caracas, la liturgia decembrina no comenzó con el adviento, sino con un edicto televisado. Desde el pasado 1 de octubre, la Navidad en Venezuela es una realidad oficial, impuesta por un Nicolás Maduro que busca, a fuerza de luces led y gaitas en la radio, disipar el malestar de una población agotada. Los árboles de plástico, ya algo maltratados por el sol de justicia del trópico, adornan las plazas públicas en un intento por escenificar una normalidad que los datos económicos y la tensión geopolítica desmienten a cada paso.
Esta Navidad adelantada no es más que una maniobra de distracción frente a un panorama interno asfixiante. Tras las cuestionadas elecciones de julio, el régimen ha cooptado cada institución, desde el ejército hasta los tribunales, dejando a la oposición en un estado de parálisis por el miedo. Sin embargo, el decorado navideño choca frontalmente con la realidad de las costas caribeñas, donde la «Operación Lanza del Sur» de la administración Trump empieza a apretar el cuello de la principal fuente de ingresos del chavismo: el crudo.
El bloqueo petrolero que oscurece la Navidad en Venezuela
Mientras en los centros estatales se obliga a colgar oropel para evitar ser tildado de disidente, a pocos kilómetros de la costa, la Cuarta Flota de los Estados Unidos realiza maniobras que quitan el sueño a Miraflores. La estrategia de Washington para esta fiesta en Venezuela ha pasado de la retórica a la acción directa, con la incautación de superpetroleros como el Skipper y el Centuries. Estas acciones buscan cortar de raíz el flujo de la «flota fantasma» que permite al régimen saltearse las sanciones mediante transbordos en alta mar y cambios de bandera.
El impacto de estas incautaciones, valoradas en unos 160 millones de dólares, comienza a sentirse en la logística interna. Con los tanques de almacenamiento al borde de su capacidad máxima, la industria petrolera —corazón de la Navidad y de su precaria estabilidad económica— enfrenta un colapso inminente. Si el régimen no puede dar salida a su producción, la dolarización informal que mantenía a flote el consumo básico de la clase media caraqueña podría desmoronarse, llevando la inflación a niveles estratosféricos para el próximo año.
La apatía social frente al ritual de la Navidad en Venezuela
A pesar del despliegue militar estadounidense y de las promesas de «días contados» que lanza María Corina Machado desde la clandestinidad, el ánimo en las calles de Caracas es de un escepticismo cortante. La Navidad en Venezuela ya no se vive como una fiesta de esperanza, sino como un período de supervivencia. El ciudadano de a pie, agotado por años de promesas de cambio que no cristalizan, ha optado por la desconexión informativa. «No leo las noticias porque no quiero preocuparme», confiesa una mujer en un mercado local, resumiendo el sentir de una mayoría inerte.
Esta resignación es el mayor activo de Maduro en esta Navidad en Venezuela. El miedo a la represión, tras las miles de detenciones post-electorales, ha vaciado las calles de manifestantes. La gente sigue adelante con sus vidas, tratando de conseguir los dólares necesarios para poner algo en la mesa, mientras los aviones estadounidenses dejan rastros en los radares de vuelo como una advertencia constante que ya pocos se toman como una señal de liberación inmediata.
El futuro incierto de la Navidad en Venezuela y el factor Trump
El plan de Donald Trump parece ser llevar a la Navidad en Venezuela a un punto de quiebre económico tan brutal que obligue a una fractura interna en el círculo íntimo del dictador. Con una recompensa de 50 millones de dólares sobre la cabeza de Maduro, el juego de presiones ha alcanzado un nivel de asedio no visto en décadas. Sin embargo, la historia reciente demuestra que el régimen ha desarrollado una resiliencia notable, alimentada por economías ilícitas y el apoyo de aliados extrarregionales.
Para el venezolano común, esta Navidad en Venezuela es simplemente otra página en un calendario de crisis que parece no tener fin. La pregunta que flota en el aire pesado de la capital no es quién ganará la pulseada geopolítica, sino cómo se llegará al 2026 si el bloqueo petrolero termina de secar las arcas públicas. Entre la espada de las sanciones y la pared de un autoritarismo atrincherado, la sociedad venezolana asiste, una vez más, a un espectáculo de luces que no logra iluminar un futuro claro.
¿Podrá el asedio económico de la administración Trump forzar una transición real o terminará siendo, como tantas otras veces, una presión que solo profundiza el aislamiento y el sufrimiento de los más vulnerables en esta Navidad en Venezuela?
