Tabla de contenidos
El pueblo fantasma de Epecuén: cuarenta años después, la tragedia que nunca se secó
La madrugada del 10 de noviembre de 1985 quedó grabada como una de las más devastadoras en la historia bonaerense. Una lluvia torrencial y una fuerte sudestada empujaron el agua con tal fuerza que el terraplén que protegía a Villa Epecuén terminó cediendo. En cuestión de horas, la localidad entera desapareció bajo el agua. Así nació el pueblo fantasma de Epecuén, una cicatriz viva del olvido y la negligencia.
Durante dos décadas, el agua cubrió el lugar donde alguna vez vivieron 1.500 personas. Las ruinas comenzaron a emerger recién en 2005, cuando la laguna empezó a retirarse lentamente. Lo que apareció fue un paisaje irreal: casas carcomidas por la sal, árboles petrificados, vehículos oxidados y calles desiertas que parecían congeladas en el tiempo.

Las ruinas de Villa Epecuén revelan la magnitud de la tragedia ocurrida en 1985. Foto rodoluca88
De balneario aristocrático a pueblo sumergido
Fundada en 1921 por Arturo Vatteone, Villa Epecuén se convirtió en una joya turística de la provincia de Buenos Aires. Su éxito se debía a las propiedades curativas de la laguna homónima, cuyas aguas hipersaladas fueron comparadas incluso con las del Mar Muerto. La Organización Mundial de la Salud llegó a catalogarlas como “hipermarinas”, destacando su capacidad para aliviar enfermedades reumáticas y dermatológicas.
Durante las décadas de 1950 a 1970, Epecuén vivió su época dorada. Familias de la aristocracia bonaerense pasaban allí sus veranos, hospedándose en elegantes hoteles y disfrutando de los tratamientos termales. La villa contaba con cines, fábricas de sal y una arquitectura moderna, entre ellas la emblemática obra El Matadero, diseñada por el arquitecto Francisco Salamone, símbolo del progreso y la estética de su tiempo.

El Matadero, diseño de Francisco Salamone, es uno de los últimos vestigios del esplendor arquitectónico de Villa Epecuén. Foto Melisa Ballerini
Sin embargo, el equilibrio de la laguna era inestable. Algunas temporadas el agua retrocedía por la sequía, y en otras crecía sin control. En 1975, el gobierno provincial comenzó la construcción del canal Ameghino para regular el nivel del agua, pero el golpe militar de 1976 dejó la obra inconclusa. Ese abandono marcaría el principio del fin.
La noche en que el agua lo cambió todo
El 10 de noviembre de 1985, tras días de intensas lluvias, los bomberos locales advirtieron que el terraplén podía ceder. Ni el municipio ni las autoridades provinciales escucharon las advertencias. Confiaban en que, de producirse un desborde, no superaría los diez centímetros.
Esa madrugada, la naturaleza se impuso. La tormenta, potenciada por una sudestada, rompió la contención y el agua comenzó a avanzar. En apenas horas, el pueblo fue cubierto por una marea imparable. Los habitantes fueron evacuados en un operativo desesperado que duró quince días. No hubo víctimas fatales, pero sí miles de damnificados que lo perdieron todo: casas, recuerdos y raíces.
El agua alcanzó una altura de siete metros. Los ataúdes del cementerio flotaban en la superficie, los autos desaparecieron y los negocios cerraron para siempre. Lo que alguna vez fue un balneario de lujo quedó convertido en un lago salado.

La sal y el tiempo transformaron a Epecuén en un escenario de desolación única. Foto Santiago matamoro
El regreso del pueblo fantasma de Epecuén
Dos décadas después, la naturaleza volvió a sorprender. En 2005, el nivel del agua comenzó a descender, revelando un escenario tan estremecedor como fascinante. Las ruinas blancas por la sal y las estructuras corroídas se transformaron en un imán para fotógrafos, cineastas y turistas de todo el mundo.
Desde entonces, el pueblo fantasma de Epecuén se consolidó como uno de los destinos más singulares del turismo argentino. El municipio de Adolfo Alsina promociona las ruinas como atractivo histórico y patrimonial, y el sitio ha sido escenario de documentales, producciones cinematográficas y sesiones fotográficas que evocan el apocalipsis.
A pesar del abandono y el paso del tiempo, Epecuén mantiene su esencia: la mezcla de belleza y desolación, de tragedia y renacimiento.

La icónica construcción de Salamone resiste como símbolo del esplendor perdido del balneario. Foto Rafote27
El último habitante de Epecuén: el guardián de la memoria
Entre los escombros y el silencio sobrevivió una figura legendaria: Pablo Novak, el último habitante del pueblo. Nacido en 1930, decidió no abandonar su tierra cuando todos se fueron. Vivió solo, acompañado por su perro Chozno, alimentando la memoria del lugar y recibiendo a curiosos y periodistas que llegaban desde distintos rincones del mundo.
Con energía solar, garrafas y una bicicleta, Novak mantuvo viva la historia de Epecuén. En 2020 fue nombrado Embajador Cultural y Turístico del distrito. Falleció en enero de 2024, a los 94 años, con el deseo de que sus cenizas descansaran en las calles de su pueblo.
Su figura se convirtió en símbolo de resistencia, del espíritu que se niega a desaparecer junto con el agua.

Pablo Novak, último habitante de Villa Epecuén, vivió entre las ruinas hasta su muerte a los 94 años, convertido en símbolo de resistencia y memoria. Foto gentileza de INFOBAE
Un símbolo de memoria y advertencia
Hoy, el pueblo fantasma de Epecuén es más que un sitio turístico: es un recordatorio de las consecuencias del abandono estatal y la falta de planificación. Las ruinas no solo narran una tragedia pasada, sino también una advertencia sobre la fragilidad del vínculo entre el hombre y la naturaleza.
