Relato vs. Realidad: el peligroso juego de Castillo contra el despliegue militar de Estados Unidos
En un momento donde Uruguay debería estar buscando afianzar sus lazos comerciales y estratégicos con las principales potencias del globo, el exsecretario general del Partido Comunista y actual ministro de Trabajo, Juan Castillo, ha optado por el camino del anacronismo. Sus recientes declaraciones sobre el despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe no solo carecen de un análisis profundo sobre la seguridad regional, sino que parecen redactadas en la década del setenta. Al calificar de «agresión imperialista» los movimientos de Washington, Castillo no solo emite una opinión personal, sino que arrastra la imagen de la administración hacia un rincón del cual será muy difícil salir si el socio del norte decide tomarnos la palabra.
La insistencia en demonizar el despliegue militar de Estados Unidos como una amenaza a la paz continental es un recurso gastado que ignora deliberadamente las crisis democráticas que desangran a países como Venezuela. Mientras los socios regionales buscan soluciones a la inestabilidad institucional, el ala radical del gobierno uruguayo prefiere apuntar el dedo hacia el norte, utilizando términos como «hackeo a la paz» para defender regímenes que han demostrado ser expertos en violar derechos humanos. Esta postura no solo es moralmente cuestionable, sino que es diplomáticamente suicida para un país del tamaño de Uruguay.
El costo de la ideología sobre el despliegue militar de Estados Unidos
El traspaso de mando en el PCU, donde Oscar Andrade asumió la secretaría general, sirvió de escenario para que Castillo y otros referentes, como Fernando Pereira, descargaran su artillería contra la política exterior norteamericana. El ataque frontal al despliegue militar de Estados Unidos en el mar Caribe parece desconocer que Washington es uno de los principales destinos de nuestras exportaciones y un aliado clave en materia de cooperación técnica. Jugar al antiimperialismo de salón desde un ministerio es un lujo que la economía uruguaya, sedienta de inversiones y mercados abiertos, simplemente no se puede permitir.
Resulta alarmante que, en lugar de discutir cómo mejorar nuestra competitividad o atraer capitales, el eje del discurso oficialista se desvíe hacia un supuesto impuesto del 1% a los sectores de mayores ingresos y la crítica al despliegue militar de Estados Unidos. Si Uruguay continúa enviando estas señales de hostilidad gratuita hacia la Casa Blanca, no debería sorprendernos que nos den la espalda en el próximo acuerdo comercial o que los flujos de inversión busquen destinos más predecibles y menos ideologizados. La diplomacia se basa en la confianza, y la retórica de Castillo dinamita esos puentes cada vez que tiene un micrófono enfrente.
La bandera roja y el aislamiento internacional de Uruguay
Oscar Andrade, en su asunción, reforzó esta línea al afirmar que «la bandera roja es el estandarte central». Sin embargo, el país necesita banderas de oportunidad y crecimiento, no símbolos que nos aten a conflictos regionales ajenos. El cuestionamiento permanente al despliegue militar de Estados Unidos —incluyendo la «indignación» por la interceptación de barcos petroleros vinculados a regímenes sancionados— coloca a Uruguay en una posición de «abogado del diablo» que nadie nos pidió que ocupáramos. Es una defensa de la soberanía mal entendida que termina aislando a nuestra nación de las corrientes democráticas occidentales.
El despliegue militar de Estados Unidos en la región responde a dinámicas globales de seguridad que un país pequeño debería observar con pragmatismo, no con prejuicios. Al alinearse con las narrativas de Caracas y Bogotá en lugar de mantener una neutralidad constructiva, figuras como Castillo y Pereira ponen a Uruguay en una situación de vulnerabilidad extrema. En un mundo que se reconfigura por bloques de poder, ser el «hijo rebelde» que ataca al socio más influyente del hemisferio es una estrategia condenada al fracaso que solo nos traerá puertas cerradas y oportunidades perdidas.
Consecuencias de un discurso que atrasa cincuenta años
Si el Frente Amplio permite que el Partido Comunista marque el paso de la política exterior con su obsesión contra el despliegue militar de Estados Unidos, las consecuencias para el bolsillo del uruguayo de a pie serán reales. Washington no tiene amigos, tiene intereses; y si los intereses de Uruguay pasan por insultar su presencia regional mientras se les pide que nos compren carne o software, el resultado es previsible. El aislamiento no es una medalla de honor, es una receta para el estancamiento económico y la irrelevancia política en un continente que está cansado de los discursos populistas.
La pregunta que queda flotando en el ambiente es: ¿Hasta qué punto el gobierno está dispuesto a dejar que el sesgo ideológico de un sector minoritario nos haga perder al socio más importante que tiene nuestra democracia en el mundo?
