Democracia en peligro: por qué los jóvenes uruguayos ya no confían
Una frase debería helarnos la sangre como sociedad: una parte significativa de los jóvenes uruguayos afirma que, ante una crisis, preferiría una dictadura. El dato surge de una encuesta reciente realizada por la Fundación Friedrich Ebert y no puede ni debe ser minimizado por la dirigencia política actual. No se trata de una nostalgia militar desfasada ni de un simple desconocimiento de nuestra historia reciente. Se trata de un hartazgo profundo con el sistema democrático en Uruguay, y eso es una señal mucho más grave de lo que muchos están dispuestos a admitir en los despachos oficiales.
Cuando un joven de 20 o 25 años llega a la conclusión de que votar o no votar da lo mismo, el problema deja de ser generacional. Estamos ante un cuestionamiento directo a la capacidad del sistema democrático en Uruguay para mejorar la vida cotidiana de sus ciudadanos más jóvenes. Mientras la cúpula política se felicita por la estabilidad institucional, en la calle se percibe que los de arriba mantienen sus privilegios mientras el laburante pelea cada peso para llegar a fin de mes. La desconexión es total y el terreno se vuelve fértil para alternativas peligrosas.

La desconfianza en las urnas pone a la democracia en peligro hoy.
El discurso oficial y una realidad que pone la democracia en peligro
Durante décadas, nos vendieron el relato de que el sistema democrático en Uruguay era un ejemplo regional de solidez y calidad institucional. Sin embargo, mientras ese relato se repetía en foros internacionales, la realidad cotidiana empezó a crujir desde abajo por la falta de respuestas materiales. Tarifas públicas que no paran de subir en entes como UTE, OSE y Antel, sumadas a nuevos impuestos maquillados como «ajustes técnicos», han generado un clima de sospecha permanente. El joven uruguayo no es ingenuo; ve que el discurso dice una cosa pero el recibo de sueldo dice otra muy distinta.
Esta brecha entre lo que se promete y lo que se vive ha debilitado la estructura del sistema democrático en Uruguay. El Fonasa aprieta, los costos de vida se disparan y la sensación de que el Estado está cada vez más lejos de la gente común se vuelve una certeza. Cuando la política se transforma en un club de beneficios para unos pocos, el valor del voto se diluye. No sorprende entonces que la desafección política sea la respuesta lógica de una generación que se siente estafada por las promesas de bienestar que nunca terminan de aterrizar en su bolsillo.
Precariedad laboral y el sueño imposible de la independencia
El mercado de trabajo para los jóvenes es cada vez más precario y volátil. El alquiler en Montevideo y otras zonas del país se ha vuelto una locura absoluta, convirtiendo la idea de independizarse en una misión de ciencia ficción para la mayoría. En este contexto, el sistema democrático en Uruguay es visto no como un facilitador de derechos, sino como un gestor de frustraciones. Cuando los jóvenes intentan protestar o pedir cambios, desde el poder se les responde con soberbia, alegando que «no entienden» la macroeconomía o que los ajustes son «por el bien del país».
Este combo es explosivo porque la democracia no se rompe necesariamente con tanques en la calle; se rompe cuando deja de ser útil para la vida real. Si votar pasa a ser simplemente elegir quién te va a ajustar un poco menos, la palabra democracia se vacía de contenido. Ahí aparece la tentación autoritaria, no como una ideología elaborada, sino como un atajo desesperado nacido de la bronca. Es un cachetazo a un sistema democrático en Uruguay que parece haberse vuelto sordo ante los reclamos de dignidad de quienes deben construir el futuro.
La advertencia histórica y el uso del escudo democrático
El joven que dice «prefiero otra cosa si esto sigue así» no está pidiendo censura ni represión de libertades. Está pidiendo orden, estabilidad y la posibilidad de proyectar un futuro con dignidad. La historia nos ha demostrado con dolor que las dictaduras no entregan nada de eso, pero cuando el actual sistema democrático en Uruguay tampoco lo garantiza, el discurso democrático pierde su fuerza moral. Mientras tanto, se minimiza el enojo social y se maquillan números de pobreza mientras miles de compatriotas siguen dependiendo de ollas populares que no deberían existir.
Incluso, se ha vuelto una práctica común que cualquier crítica al funcionamiento institucional sea tildada de «antidemocrática» o «facha». Este mecanismo es sumamente peligroso, ya que utiliza el prestigio del sistema democrático en Uruguay como un escudo para proteger privilegios e incompetencias. No hay nada más funcional al autoritarismo que un sistema que se niega a mirarse al espejo y corregir sus vicios. Un liderazgo que pasa más tiempo explicando sus contradicciones que cumpliendo sus promesas termina por dinamitar la confianza pública.
El tiempo se agota para reconstruir la confianza
Uruguay no está al borde de un abismo institucional inmediato, pero sí está perdiendo los anticuerpos que lo protegieron durante años. La fe en el sistema democrático en Uruguay no se defiende con discursos solemnes ni con recuerdos selectivos del pasado. Se defiende con el ejemplo: repartiendo los costos de las crisis de manera justa y cumpliendo la palabra empeñada en campaña. Se defiende cuando la política se aprieta el cinturón antes de pedírselo al ciudadano que trabaja ocho o diez horas por un salario mínimo.
Nadie elige el autoritarismo por amor; se llega a él por una decepción profunda y continuada. Reconstruir la confianza en el sistema democrático en Uruguay implica renunciar a privilegios de casta y dejar de proteger a los propios por encima del interés general. El reloj corre y cada tarifa que sube sin una explicación honesta le saca un ladrillo más al muro que nos separa del abismo social. Es momento de que la política baje del pedestal antes de que el desencanto juvenil termine por derribar lo que tanto costó edificar.
¿Será capaz la dirigencia política de reformar el sistema democrático en Uruguay desde adentro antes de que el hartazgo ciudadano encuentre una salida por fuera de las instituciones?