Gabriel Oddone, actual ministro de Economía, participó de la conferencia internacional “Lograr reformas en América Latina”, organizada por el Fondo Monetario Internacional y la OCDE. Su intervención, extensa y cargada de advertencias, buscó proyectar una imagen de estabilidad institucional y madurez económica. Sin embargo, al analizar su discurso en detalle, emergen contradicciones profundas, inconsistencias conceptuales y señales de incertidumbre que chocan con el relato moderado que intentó instalar.
Oddone afirmó que Uruguay mantiene una identidad basada en cambios graduales, moderación política y estabilidad institucional. Esa narrativa, clásica en el discurso económico uruguayo, opera como un escudo retórico frente a la volatilidad regional. Pero su propia exposición reveló que la economía uruguaya está cada vez más condicionada por shocks externos, deformaciones internas y una estructura productiva que no logra adaptarse al ritmo del mundo.
Desde el comienzo, Oddone se mostró orgulloso de la supuesta “velocidad lenta” de las reformas uruguayas. Sin embargo, en la misma intervención reconoció que esa lentitud es hoy un obstáculo que frena la capacidad del país para absorber cambios globales. Esa es la primera gran contradicción: celebrar un rasgo institucional y, en la misma línea argumental, denunciarlo como problema estructural.
Economía uruguaya en medio de tensiones globales y discursos contradictorios
Oddone identificó tres grandes shocks que, según él, condicionan a Uruguay: la irrupción de la inteligencia artificial, la transición climática y la reconfiguración geopolítica con tendencias mercantilistas. Lo relevante no es solo la descripción —ya conocida y repetida en foros internacionales— sino cómo la presentó.
Por un lado, sostuvo que Uruguay posee “transiciones suaves” y un sistema político que gestiona el disenso con eficiencia. Pero inmediatamente admitió que el país depende fiscalmente de los combustibles fósiles, no ha preparado su matriz laboral para los cambios tecnológicos y enfrenta un escenario internacional donde las reglas del comercio se desdibujan. Es decir, describe un país estable y vulnerable al mismo tiempo, sin explicar cómo ambas cosas pueden convivir sin tensión.
También remarcó que Uruguay debe adaptarse a un mundo cada vez menos guiado por el multilateralismo. Sin embargo, recurrió a organismos multilaterales para exponer su visión. Esta paradoja expone otra fisura conceptual: confiar en instituciones que él mismo afirma que perdieron influencia global.
Reformas estructurales: acumulación lenta en un mundo que exige velocidad
Oddone repasó reformas históricas como la tributaria de 2007, la transformación del sistema de salud y la reciente reforma previsional. Presentó estos cambios como parte de una “acumulación gradual” que fortalece al país. Pero su lectura omitió un punto crítico: muchas de esas reformas hoy están cuestionadas, incompletas o desactualizadas.
Al mismo tiempo, señaló que Uruguay tiene rezagos evidentes en educación, un sector no transable con baja productividad y una desconexión crónica entre innovación y sistema productivo. En términos prácticos, es admitir que buena parte de la estructura económica se volvió obsoleta, aunque el discurso oficial siga defendiendo la supuesta solidez del país.
Mientras hablaba de institucionalidad estable, Oddone reconoció que Uruguay no logra incorporar innovación, que los empresarios desconfían del desarrollo tecnológico y que gran parte del sistema laboral está fuera de la cobertura social. Una vez más, la retórica optimista choca con la realidad.
Crecimiento económico y fragilidad fiscal: un equilibrio cada vez más difícil
El ministro insistió en que Uruguay necesita crecer por encima del 3% para sostener su matriz social. Ese diagnóstico es correcto, pero no explicó cómo lograrlo en un contexto donde la productividad no mejora, la inversión se desacelera y las exportaciones dependen de pocos mercados.
Oddone elogió la estabilidad macroeconómica, el acceso a financiamiento y la preservación del grado inversor. Pero evitó mencionar que esa estabilidad convive con un aumento de la desigualdad, un tercio de la población fuera del sistema de protección y un mercado laboral que no absorbe a los jóvenes con calificaciones medias o bajas.
La tensión entre estabilidad macro y fragilidad social es evidente, pero el discurso intentó maquillar ese conflicto.
Tecnología y mercado laboral: entre advertencias y silencios
Oddone habló de la irrupción tecnológica como un shock inevitable. Pero omitió mencionar que Uruguay no tiene una estrategia clara para integrar inteligencia artificial, automatización ni transformación digital en su matriz productiva. Lo más llamativo fue admitir que los empresarios no consideran la innovación una prioridad. Ese dato revela un problema cultural profundo.
También reconoció que la informalidad laboral y las trayectorias intermitentes son una amenaza para la cohesión social. Sin embargo, no presentó soluciones concretas ni medidas específicas. Su discurso se movió entre la advertencia y la vacilación, sin un plan articulado.
Cambio climático: dependencia fiscal y vulnerabilidad creciente
Oddone subrayó que Uruguay depende de impuestos vinculados a combustibles fósiles. Sostuvo que la transición climática exige modificar esas fuentes, pero no explicó cómo compensará esa pérdida de recursos. La contradicción es evidente: se reconoce el problema, pero no se detalla la salida.
También habló de la necesidad de adaptación ante eventos climáticos extremos. No obstante, evitó referirse al deterioro reciente de la infraestructura hídrica, a los problemas de gestión del agua o a los costos de políticas mal implementadas. Nuevamente, un diagnóstico correcto acompañado de un silencio estratégico.
Gobernanza del disenso: discurso idealista frente a una realidad más compleja
Oddone defendió la “gestión del disenso” como una virtud nacional. Dijo incluso sentirse como viviendo en “la aldea Asterix”, una metáfora que pretende mostrar a Uruguay como un país protegido de la locura global. Pero esa comparación minimiza problemas reales: aumento de delitos violentos, polarización creciente, caída del salario real y tensiones evidentes entre actores políticos.
La metáfora funciona como recurso retórico, pero no se sostiene ante los datos.
Estabilidad macroeconómica: fortalezas ciertas, riesgos innegables
El ministro celebró la disciplina fiscal y la credibilidad del país. Pero al mismo tiempo, admitió que la regla fiscal debe revisarse, que los sistemas de protección social están fragmentados y que la productividad lleva años estancada. Uruguay puede tener estabilidad macroeconómica, pero esa estabilidad es cada vez más frágil si no se acompaña de transformaciones profundas.
Oddone cerró su intervención preguntándose si Uruguay está listo para las reformas que necesita. La verdadera pregunta, sin embargo, es otra: ¿puede Uruguay sostener su modelo sin admitir primero sus contradicciones internas?
