En una entrevista radial reciente, la directora del Hospital Regional de Salto, Dra. Gabriela González, afirmó sin titubeos que los tiempos de espera en la emergencia del centro se han reducido a apenas una hora. Una declaración que, para cualquiera que haya puesto un pie en ese hospital, suena a burla. Porque mientras la jerarquía brinda discursos edulcorados, los usuarios relatan esperas de hasta nueve horas, sin explicación, sin atención y, lo peor, sin esperanza.
La narrativa oficial: un país de fantasía
Según ASSE y los comunicados institucionales, las medidas tomadas bajo su dirección –como la implementación de una aplicación para turnos y una Policlínica de Atención Inmediata (PAI)– habrían reducido los tiempos de espera en un 50%. González fue incluso más lejos, asegurando que “las filas se eliminaron” y que la atención está “más ágil que nunca”.
Pero basta con abrir cualquier red social, escuchar cualquier radio local o visitar la sala de espera para encontrar otra verdad: gente sentada durante horas, pacientes en estado crítico aguardando como si no tuvieran dolencias urgentes, y familiares que terminan siendo testigos del deterioro estructural de la atención pública.
Testimonios que queman la credibilidad
En abril de 2024, el Diario Cambio publicó el testimonio de una mujer que esperó nueve horas para ser atendida en la emergencia. Y como ella, decenas relataron situaciones similares. Mientras el discurso oficial sigue hablando de mejoras, en la práctica, los usuarios padecen una emergencia colapsada.
González, sin embargo, se atrevió a declarar que “las redes no siempre dicen la verdad”, instando a canalizar las quejas por vías institucionales. Pero, ¿qué pasa cuando esas vías también ignoran las voces ciudadanas? La respuesta parece estar en el aire de Salto: resignación y rabia.
Tomógrafo perdido y contradicciones constantes
Y como si las palabras vacías no fueran suficiente, la gestión de González ha acumulado decisiones difíciles de entender. En noviembre de 2025, el diputado colorado Horacio de Brum denunció que el tomógrafo del hospital fue trasladado a Montevideo, calificando la acción como «gravísima». Según la versión oficial, fue una “medida temporal”, pero en los hechos, Salto quedó sin servicio y con una promesa de reposición que aún no se concreta.
Autoritarismo en los pasillos institucionales
La diputada suplente Natalia Pigurina también alzó la voz: en noviembre de 2025 denunció que las autoridades del hospital no le permitieron presentar una nota formal. Lo calificó como un acto de “irrespeto” y “desidia”. ¿Cómo puede una administración cerrar las puertas a representantes públicos mientras promete cercanía con la gente?
Malestar entre los funcionarios y obras que no llegan
Según informes, dentro del hospital hay malestar generalizado entre los trabajadores. Decisiones improvisadas, carencia de insumos y listas de espera quirúrgicas heredadas de la pandemia pintan un cuadro oscuro. González afirma que son consecuencias de recortes pasados, y promete obras en anatomía patológica y farmacias, pero la palabra “promesa” ya no genera confianza.
Entre la propaganda y el abandono: ¿quién responde por el colapso?
En este escenario, la frase «la espera es de una hora» no es solo una exageración: es una mentira institucionalizada. Una que insulta a los usuarios que día a día se enfrentan al deterioro del sistema, a la desidia de los que deberían garantizar su salud y a una gestión que parece más preocupada por sostener un relato que por cambiar la realidad.
¿Hasta cuándo se permitirá que los responsables maquillen la crisis mientras el pueblo espera en silencio… o en una silla, nueve horas después?
