Cientos de miles de personas se congregaron en Novi Sad para guardar un silencio solemne de dieciséis minutos: un minuto por cada una de las vidas que se perdieron en el derrumbe de la marquesina de la estación de tren, un suceso que hace un año desató una extensa oleada de protestas y una crisis política de gran calado en Serbia. La ciudad, habitualmente bulliciosa, quedó suspendida en una atmósfera de recogimiento en la que el recuerdo y la exigencia de responsabilidades se entrelazaron con la tristeza de las familias y amigos.
Duelo colectivo y minuto por minuto
La ceremonia pública comenzó con la llegada pausada de ciudadanos que, formando filas y respetando el espacio de quienes lloraban en privado, colocaron coronas y flores frente a la estación ferroviaria. La iniciativa del silencio —exactamente dieciséis minutos— buscó traducir en tiempo el peso de la pérdida y convertir la conmemoración en un acto visible e ineludible para la sociedad. Campanas lejanas y algunos aplausos contenidos marcaron el paso de cada minuto mientras los rostros mostraban consternación, resignación y determinación.
Familiares de las víctimas y residentes colocaron fotografías, velas y mensajes manuscritos. Para muchos fue una primera oportunidad pública de hablar sin intermediarios, expresar dolor y reclamar que lo ocurrido no se diluya en el olvido. Las imágenes de las coronas y del silencio colectivo resonaron en redes y en las calles de la ciudad, subrayando la dimensión humana y comunitaria del acto.
Los estudiantes y la chispa de la protesta
Los estudiantes, que desde el primer día jugaron un papel central en las movilizaciones, fueron protagonistas otra vez: organizaron la colocación de ofrendas florales y encabezaron parte del homenaje. Su presencia vuelve a poner el foco en las demandas que dieron impulso a las protestas: denuncias de negligencia, exigencias de transparencia en las obras públicas y un rechazo generalizado a prácticas consideradas corruptas por una parte significativa de la sociedad.
Durante los últimos doce meses, las movilizaciones estudiantiles se convirtieron en un eje de la oposición cívica, articulando concentraciones, debates y acciones simbólicas que mantuvieron la presión sobre las instituciones. En la conmemoración, muchos jóvenes subrayaron que el recuerdo de las víctimas también es un recordatorio de la necesidad de reformas estructurales que eviten que tragedias similares vuelvan a repetirse.
Presencia política y gestos de reconciliación
El presidente Aleksandar Vučić asistió al acto, acompañado por autoridades nacionales, entre ellas la presidenta de la Asamblea y miembros del Ejecutivo. Su presencia, observada con atención y a veces con críticas contenidas, buscó proyectar un gesto de respeto hacia las víctimas y sus familias. En su intervención pública se mostró conmovido y apeló a la unidad, mientras que en redes sociales expresó palabras de recuerdo por quienes perdieron la vida en el trágico derrumbe de la marquesina.
No obstante, la presencia de representantes del poder estuvo rodeada de un ambiente tenso: para algunos asistentes su asistencia fue insuficiente frente a las demandas de responsabilización; para otros, un paso hacia la calma social. Los organizadores y buena parte de la sociedad insistieron en la necesidad de investigaciones claras, la depuración de responsabilidades administrativas y judiciales y la implementación de medidas que garanticen la seguridad en infraestructuras públicas.
Liturgia, nombres y memoria permanente
La jornada incluyó una ceremonia religiosa en la que se elevó una plegaria por las víctimas: se rezó por Sara, Valentin, Đorđe, Milica, Nemanja, Anđela, Miloš, Stefan, Sanja, Goranka, Vukašin, Mileva, Đura, Vasko, Anja y otro Vukašin, cuyos nombres fueron citados uno a uno como un acto de reconocimiento y humanización frente a la tragedia. La intención fue atribuir a cada persona su lugar propio en la memoria colectiva, evitando que las cifras oculten historias individuales.
La presencia del patriarca y la liturgia en el templo ortodoxo más grande de la región aportaron un marco solemne a la conmemoración. Las oraciones pedían consuelo para los deudos y reclamaban la vida eterna para los fallecidos, mientras la ciudad vivía una jornada de duelo que transcurrió en su mayor parte con calma y orden. A pesar de la tristeza compartida, el recuerdo público sirvió también para consolidar exigencias de justicia y para mantener viva la conversación pública sobre responsabilidades y prevención.
En distintos puntos de la ciudad se organizaron actos paralelos: mesas informativas, encuentros vecinales y pequeñas concentraciones donde se compartieron testimonios y se planearon futuras iniciativas de apoyo a las familias afectadas. El aniversario recordó, además, la fragilidad de quienes dependen de la seguridad en el espacio público y subrayó la necesidad de políticas que reduzcan la impunidad y mejoren la supervisión en proyectos de infraestructuras.
Los mensajes que circularon durante la jornada combinaron el lamento por lo perdido con la exigencia de mecanismos de reparación. Abogados, activistas y dirigentes cívicos insistieron en la importancia de no abandonar la investigación y en la necesidad de que las responsabilidades administrativas y penales se aclaren públicamente. Para muchos, la memoria y la justicia van de la mano: reconocer a las víctimas implica también llegar hasta las causas y corregir las fallas institucionales.
La conmemoración en Novi Sad fue, por tanto, una mezcla de ritual y reclamo: ritual en la veneración y la oración por las víctimas; reclamo en la demanda de transparencia y sanciones para quien corresponda. A lo largo de esa jornada, la ciudad se mostró cohesionada en el recuerdo y en la voluntad colectiva de que la tragedia no se repita, manteniendo viva la memoria de quienes ya no están y reivindicando cambios que protejan a las próximas generaciones.
