Un operativo policial terminó con la incautación de dispositivos que contenían millas de archivos de pornografía infantil y abuso.
Promesas de regalos, mensajes de contenido sexual y un allanamiento que destapó un horror digital: más de 100.000 archivos de pornografía infantil en manos de un policía.
Cuando el monstruo es parte de la familia
El tipo era policía, un cargo que, en teoría, debería generar respeto y seguridad. Pero en casa, con su propia sangre, era todo lo contrario. En San José, un hombre de uniforme cruzó una línea impensable: le pidió fotos íntimas a su sobrina de 13 años y le envió contenido sexual explícito. Hoy, enfrenta 180 días de prisión preventiva mientras la investigación sigue destapando horrores digitales.
Los padres de la adolescente hicieron lo que cualquier familia debería hacer en estos casos: denunciaron. Pero el shock vino con los detalles. "Borrá todo porque si no me matan", le escribió el imputado a la menor en uno de los mensajes. Una frase que suena a súplica, pero también a confesión de que sabía muy bien lo que estaba haciendo.
El allanamiento a la casa del policía confirmó lo peor. Entre los dispositivos electrónicos incautados había más de 100.000 imágenes y videos de pornografía infantil. Cien mil. Ponerle número a algo tan aberrante ayuda a dimensionar lo que estaba acumulando. No era un desliz, ni un error aislado. Era sistemático.
En los mensajes que intercambiaba con la menor, no solo la acosaba; también intentaba comprar su silencio. Prometía premios y regalos a cambio del material. La perversión, siempre maquillada con una sonrisa falsa y un gesto amable.
El caso lo lleva la fiscal Serrana Corsino. Y aunque el proceso recién empieza, ya dejó una enseñanza clave: la figura del “monstruo desconocido” es cada vez menos creíble. La mayoría de las veces, el peligro está cerca. Puede ser un vecino, un compañero de trabajo… o, como en este caso, un familiar. Y cuando se cruzan líneas tan graves, no hay excusas ni uniformes que alcancen para tapar la verdad.
Esta historia deja dos preguntas abiertas: ¿qué falló en el control interno de una institución que debería velar por la seguridad? Y más preocupante aún, ¿cuántas historias como esta siguen sin salir a la luz? Porque la estadística es fría, pero contundente: por cada caso denunciado, hay muchos otros silenciados.
El desafío ahora es evitar que el silencio siga siendo cómplice.
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